Inclinada, tomando el sol. Viaje a Brujas (Bélgica)


La joven y redondeada escultura de aquella plaza recoleta en la excepcional Brujas, esponjándose hacia atrás en su cómplice carruaje, junto a su entregado y sensual conductor y a su esplendoroso caballo, igual de abiertos a gozar de la energía vital del sol que se explayaba por estas orografías pletóricas y orondas de dicha y placer, esta joven cuasi abandonada en su disfrute, esta escultura artística símbolo de vida y placer, de pechos turgentes y caderas sinuosas, perfectamente redondeadas, se hallaba inclinada de cintura para arriba hacia atrás, como tirada (en la mejor de las connotaciones) y expuesta libremente a los rayos del invernal sol, sin el más mínimo pudor.

Y los visitantes de esta excepcional ciudad, Brujas, que hace honor a su nombre, hechizados en este dédalo trazado caprichosamente por los telares solares, se regodeaban en su contemplación imaginando emular, expectantes- al menos esta , la narradora y descriptora de este cuadro de serenidad y regodeo en la voluptuosidad de este viaje-autorregalo de Año nuevo- esas sensuales y procaces poses de la esculturilla procaz en la pradera del lago del amor, tan afamada y fotografiada en guías turísticas y otros viajes de turisteo realizados por familiares, amigos y conocidos.

Esa joven broncínea escultura y el críptico que formaban suscitaban una Complicidad con mayúscula.
La mirada imantada de la joven narradora española se dejó embrujar por el hechizo de este placer inmarcesible mostrado y plasmado imperecederamente, más que sugerido, y pasó una “journée” magnífica paseando por todo Brujas, gozando del panerotismo conjurador del sorprendente sol inesperado en día tan invernal, del viento fiero y de todo el enorme espectáculo visual que se abría, cual caja de música de un cuento clásico, para trenzar y destrenzar historias oídas en boca de su amigo acompañante, historias sugeridas en cada escena o cada detalle que se quedaba impregnado en su retina y en su enorme y ultra-emotivo corazón.

Así gozó del compás lento y moroso y del ritmo armónico que en su ligero y eficaz trote marcaban los múltiples caballos que hacían las delicias de los turistas brujeros. Esos caballos que resonaban tranquilos por todas las calles y recovecos por donde se iban dejando llevar, cuasi flotando en este ambiente líquido, pletórico de canales que se te prenden en la mirada para siempre. Caballos que se te multiplican en la retina casi , casi como un juego de cajas chinas: caballos reales deteniéndose unos instantes frente a una fuente de dos caños que , curiosamente , está diseñada con cabezas de caballos esplendorosos en cada caño de dicha fuente , cual criaturas celestiales, cuasi divinales a las que vienen a rendir pleitesía estos reales y hermosos caballos tan bien adiestrados por sus pacientes amos, cocheros- guía, hábiles presentadores de ciudad tan hermosa, compartiendo generosamente música de trotes, mágica y cálida manta con la que protegerse del frío invernal desde la cintura hasta los zapatos...(Y toda esta instantánea captada y retenida no solo a través de la cámara de fotos sino, sobre todo, en la memoria de los sentidos, la más fiel a nuestra memoria)

Ambiente líquido de canales embellecidos por reposado nadar de cisnes emblemáticos y cuasi hieráticos en su natural diseño de cuello espigado. Cisnes que han sido descubiertos en danzas rituales de cortejo a su despreciadora damisela cisne, que aparentando sutil desprecio, se aleja por delante, indiferente a los requiebros de tan soberbio animal, dejando a los despiertos y ávidos visitantes “voyeures” con las ganas de seguirles en su trayecto acuoso, cual espías del amor por verificar si este cortejo efímero acababa en buen término o no...
En fin, dejando la vida flotante en el remanso de esas aguas, se sigue el paseo por esta ciudad tan monumental y surrealista, cuasi lunar.
Y por esas callejas y placitas recoletas se entusiasman con esculturas curiosas de la diosa luna, en la entrada de un restaurante muy acogedor; una de ellas donde nuestra narradora se deja fotografiar por su amigo Teo, que ejerce cual ser divinal, haciendo eco a su nombre, en su afán de captar e inmortalizar el instante único, embrujador.
La pose para la foto no podía ser otra que inclinada, abandonada a las energías imanadas por su diosa Luna y la estela lunar que este satélite creaba para su sacerdotisa en Brujas, dotándola de vida e interrelacionando las dos pequeñas, pero impresionantes esculturas, redescubiertas por su ojo humanizador.
Con sonrisa cómplice y gesto y comentario típico en él, de ironía fina y simpática, siguieron ambos, amigo y amiga, su discurrir sin rumbo fijo por esta belga geografía caprichosa y envolvente.
Con enorme impacto visual se toparon con edificios estilo universidades de Oxford y Cambridge, se quisieron impregnar del casi vértigo que producían sus esbeltas torres, sus ladrillos brillantes en sus tonos rojizos y se perdieron un rato cada uno en la delectación que les provocaba cada pequeño rincón o esquinazo hasta que vinieron a reencontrarse en una puerta de salida de este extraño lugar, decorada con un arco de arquitectura sorprendente y con la segunda escultura lunar de aquella extraña ciudad, a veces chispeante de vida y bullicio, a veces solitaria y muda, sin apenas transeúntes que la perturbaran.
Ana, nuestra narradora sensual, se sintió tocada por el dedo imaginario de la luna y como el que gira y gira para gozar todos los prismas de una estatua, así hizo ella con su luna fetiche, su luna demiurga, moverse a su alrededor cual si ejecutara una danza espontánea al estilo de Isadora Duncan: se aproximó, se alejó de esa escultura tótem- rareza en ese enclave para finalizar su danza ritual (homenajeadora a esa tremenda entidad que la rodeaba y la conjuraba con su manto protector) con una espléndida foto que quedaría para su recuerdo como gesto de rendir pleitesía a una fuerza de la naturaleza- la luna, símbolo de la feminidad, toda argentada, blanca y cambiante como cambiantes son las circunstancias de la vida y los pensamientos que nos liberan o nos esclavizan, según sepamos dirigirlos y encauzarlos con más o menos tino e inteligencia creadora.

Esta pareja de amigos retomaron su camino y su charla animada tras despedirse de la Luna usurpadora del día y de los dominios del astro rey, con guiño cómplice, buenas actrices- luna y discípula- disfradas de día y de sol, yin y yan, masculino y femenino en energías bipolares reconciliándose, fundiéndose gracias al tesón y la aceptación de la dualidad unidora en su divergencia, producto de la mente meditadora en búsqueda de su equilibrio y bienestar.
Esta luna quiere alumbrar un cuento ardiente, que prenda en la conciencia del buen y sabio viajero, viajero lector y multiforme.

Elevación profunda en línea recta, cuasi infinita para tocar el cielo límpido y sereno.
Fluir de mensajes, ecos de misterio, de ensoñaciones compartidas alegremente: ojos con ojos, bocas sonrientes acogidas por sonrisas vitales y pícaras de todo ese grupo de personas con el que te cruzas en tu andar por la vida, viaje inacabado, viaje eterno.
Buen comer, buen llantar en este día brujelí en el restaurant Mozart, camareros atentos, muy profesionales: “ Bon a-petit” (valga el juego de palabras híbrido , fusión de hispano-franchute) y cada instante y “pequeño” detalle, saboreado y degustado con delectación.
Buen humor dosificado en guiños simpáticos que peligran diluirse, que se conservan en su carácter efímero gracias a la escritura inmortalizadora de todo lo sensorial evocado cada vez que se relea.

Cual capa aterciopelada de princesa o hada todo Brujas es recorrida, andada y disfrutada a lo largo de la atemporal tarde hasta el más mínimo o recóndito rinconcejo.


La joven figurilla, picarona, al extender y ofrecer su cuerpo desnudo al sol, a las nubes o a todo lo que del cielo la venga, les espera a Ana y Teo antes de su marcha en tren a Bruselas; aguarda esta escultura mágica a estos dos visitantes que se sienten de todos lados y de ninguno en concreto, chispeantes de gozo y bienestar con el rico sabor en los labios del exquisito chocolate negro belga puesto como acompañamiento con el café que se tomaron a media tarde para combatir el frío de su larga caminata y dejando reposar sus recuerdos al calor de la leña , contemplando el maravilloso fuego cerca de la chimenea que calentaba la cafetería elegida un tanto al azar.
Estos viajeros vuelven a pasar por la plaza recóndita de la escultura sensorial convocados probablemente por un conjuro inaudible para la mayoría acelerada, pero captado y asumido por el viajero tranquilo, deseoso de fundirse con el ritmo interno de la ciudad y allí, con gesto teatral de marionetas, inclinándose educadamente ante la enigmática damisela de bronce, inclinada y medio abandonada a sí misma y su placer íntimo en el carruaje, comprobando, al levantar la mirada con gesto de admiración, que ella sigue toda relajada, recibiendo el esplendor dorado proveniente de la iluminación de los farolillos nocturnos del restaurante próximo al pequeño grupo escultórico.
Espléndida, casi “ incroyable” (increíble-traducción cuasi- instantánea-), envolviendo la anónima y artística mujer broncínea- en su fantástico abrazo- a estos jóvenes, enredándose hábilmente entre sus pestañas...para siempre.



Ana –Isabel de Hita Martínez.
Viaje a Bruselas. Navidad 2005