Volvíamos tan tranquilos de Saint Maxime, atrochando por Saint Guillaude, para evitar los horribles atascos de Saint Tropez, aparentemente sin tropiezo alguno, por la hermosa carretera de montaña, donde paramos para robar unos cuantos racimos de uvas cerca de un picadero con un caballo canela al que pude acariciar largamente, pues estaba tranquilo en el camino, cuando tras prometérnoslas tan felices por las calas divinas, tras los farallones gigantes a los que habíamos fotografiado antes de intentar, , desafortunadamente, aparcar en esos imposibles parkines tan poco preparados para el turismo multitudinario cuando (retomo) hete aquí que nos encontramos con que la serpenteante cuesta por donde rodábamos con nuestro Peugeot 106 se corta por un orondo rojo cartel de prohibición que me llevó, alocadamente, a girar a la izquierda por una pequeña cuesta, sin percatarme que la flanqueaban unas bellas verjas blancas muy, pero que muy señoriales.
Tampoco esta cuesta tenía salida.¡¡¡¡GLUP!!!
Guiados por nuestro destino a: ¡Ninguna parte!
¡Cuál no sería nuestro horror y pasmo cuando vemos que la verja se ha cerrado tras nosotros sin posibilidad de escape! ¡HORREUR!!
La susodicha verjita con un cierre de seguridad de estos ultramodernos, con código secreto y con una resistencia a prueba de “La Mole”...
Mi deseo de bañarme en la paradisiaca cala se desvanecía bajo la maldición de la fata Morgana... Le bonheur!! Oh, la,la...
Mario intentó encontrar algún tipo de vida humana por esa oronda urbanización más solitaria que un amanecer de domingo, pero ante su desesperación, solo los ladridos de un perro atronaban los alrededores.
Yo tenía en mente unas estrategias de salida contrarrestadas desesperadamente por un Mario que no hallaba otra solución que la de aguardar pacientemente a que alguien de la casa o algún vecino conocedor de la “clave” liberadora pasara por allí y le rascara la oronda barriga metalizada y codificada con números secretos, ubicada en la pared lateral.
Pese a los intentos hercúleos de “forzar” la verja, (pues para interpretar la clave no teníamos la partitura) esta se resistía a tamaña vejación cual si un bostezo ligero le cosquilleara el paladar.
Un bañista tanquilo aparece de repente por el camino, tras nuestra verja aprisionadora ¡Y a su cuello (metafóricamente hablando, pues literalmente estábamos reprimidos) nos tiramos como almas en pena! acogotados por una mansión terrorífica que parecía gozar deteniendo nuestras ansias de un baño regenerador.
El joven bañista, más tranquilo que un español durmiendo la siesta, analizaba todas las posibilidades lanzadas por mí, (disimulando mi angustia, no por ello menos manifiesta) como la de llamar a la Gendarmerie , con una displicencia y un relajo que más quisiera yo tener para ratos tan aciagos.
Con sorprendente “Bon Journée”a nosotros, los prisioneros de Zenda!!!!! nos dejó plantados con nuestro achicharrante problema
¿Quién es la carcelera? Nadie lo sabe....
Bautizo de fuego, (en el difícil arte de la Santa Paciencia) con suave brisa marina, pero¡ Con sol de Justicia!...
Milagrosamente, Mario accede a realizar la llamada a la Gendarmèrie y cuando ya solo nos queda esperar a los agentes de seguridad, mi sorpresa serena(no es otra cosa mi cabecita inquieta hasta horas antes) se gira a la izquierda de Mario pues le oye contestar al indescifrable acertijo que la electrificada puerta (esfinge de los tiempos ultratecnológicos) exigía escuchar para abrir sus fauces y vomitarnos de nuevo a la carretera liberadora.
¿Y cómo se produjo el milagro?
En forma de gráciles “filletes” chiquillas, rapaciñas bellas de la Provenza “toutes blondes” y de ojos llenos de mar;
La Fortuna nos sonríe y al toque mágico del dedo de una de ellas sobre el sortilegio vedado a los mendas, lo escribe en la pared en lenguaje cifrado y las férreas verjas blancas se abren y nos devuelven la codiciada libertad.
Mario, sin perder sus formas contenidas y educadas, cual si buen gentleman inglés fuera, les ruega a las resplandecientes muchachillas , Sages jeunes fillettes, que reciban a los gendarmes para darles nuestras buenas nuevas.
¿Qué pasó después en este seudo- castillo encantado de pizpiretas doncellas?
Eso yo no lo sé.
Lo que sí sé es que nuestros venturosos viajeros, que así se sintieron, continuaron ruta tras desertar del broncíneo baño en la mar provenzal.
Otros destinos a cual más prometedores les aguardaban en próximas “villes”, como en L’Aubagne prodigiosa de Marcel Pagnol, donde se recrearían con deliciosos pastelillos, a la vista de los santones artesanos más reflexivos y calmados que os pudiérais imaginar.
Y así, con el goce del descanso merecido y contemplando desde la insuperable vista de la habitación de su hotel en Aix –en –Provence el rosado atardecer junto a la Catedral, dio buena cuenta de este prodigioso día vuestra cuentista Ana- Belle.
Dimanche 22 Août 2004
Ana-Isabel de Hita Martínez.