Gatos y otros bichos de Camerún.


Primer gato:-

El gato de ojos verdes claros, muy claros, impactantemente claros, hipnotizadores, se reposaba, tranquilo, en el umbral de la puerta de mamá Lilian.
Cuando he querido acariciarle, él ha reaccionado ante la proximidad amistosa- por mi parte- con exceso de cautela -por la suya- y muy rápido ha cambiado su actitud tranquila aparente (pues los gatos siempre están en guardia en la actitud típica que caracteriza a estos animales) por otra actitud de alejamiento de mi presencia, tal vez intimidadora para él.
Supongo que este gato es el gato que suele merodear por los alrededores del dispensario y el resto de dependencias de la Misión de Adjoli y que se cuela por los pasillos aprovechando las aberturas decorativas y ventiladoras de las paredes que hay entre el baño y los dormitorios.

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Segundo gato.-

Fue Elena (apodada aleatoria y caprichosamente Kiwi por sus amigos aparejadores) la que me habló del gato de un curioso y extraño bacca (pigmeo).
Este gato estaba en la casa de este bacca que iba a ejercer de cicerone suyo ese día, campando por sus fueros, todo limpio y brillante, bien alimentado, super-bien cuidado con toda la deferencia del mundo, bien tratado por su dueño que, machete en mano, les había guiado a los de “construc”. hacia la fuente más cercana de ese mini poblado de la comarca de Bengbis, dando un cierto rodeo por la inexpugnable brous ( abreviatura de brousaille, maleza, en castellano) un tanto misterioso a ojos de nuestros jóvenes estudiantes de aparejadores (que en su sorna estudiantil se autodenominan humorísticamente “los de destruc”.)
Ellos, al percatarse de este raro rodeo, innecesario a su juicio, sólo lo han apuntado en su cuaderno de campo, sin plantearse para nada mayores conclusiones.
Y este gato tan bien tratado, a cuerpo de rey, no deja de ser otro detalle raro y curioso- a juego con su amo- de ese día de sondear a pie por “ la brous” ( la selva, en castellano, como ya he apuntado), registrar y anotar todos los manantiales naturales de donde tirarán más adelante los cooperantes de esta comisión tan singular y simpática para seleccionar la creación de nuevas fuentes en el territorio de Bengbis, en los lugares más frecuentados por la población y con más fácil acceso para la construcción de las fuentes bien drenadas y desinfectadas que eviten contagio de enfermedades por consumo de agua en mal estado, problema que están contribuyendo a resolver de los últimos años a este momento este grupo de cooperantes tan resolutivos, de buen rollito y abiertos por demás.

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Tercer gato.- (en este relato me extenderé por razones obvias que ireis descubriendo conforme avance la historia)

Y el tercer gato en discordia de este relato de gatos cameruneses en mi estancia de este año 2007 apareció en nuestro camino la segunda semana de nuestra estancia en julio en Bengbis (que corresponde a la tercera del calendario, pues comenzamos los voluntarios de Julio nuestra odisea africana la segunda semana de este mes, Dios mediante).

Íbamos todo el grupo de cooperantes de la O.N.G. Z. y L. de comienzos de campaña por todo el territorio Bengbis y ese primer día teníamos que llegar al punto más lejano del mapa respecto a nuestra misión de Adjoli,
¡¡Para los novatillos una gran expectación se cernía sobre nuestros ánimos!!
El poblado distaba casi cincuenta kilómetros. Íbamos a ir primero a Mekas y allí estar varios días, luego a Ndibisi y finalmente a Asok y Njibod, pasando por Nkolembenbe y otros muchos diminutos poblados más en donde viven nuestros agentes de salud nativos, colaboradores también de la ONG y formados para potenciar la promoción y prevención de salud entre la población camerunesa de este distrito concreto.
Los agentes nativos son los que avisan a la población de la venida en estas fechas concretas de este gran grupo de médicos, estudiantes de medicina, enfermeras y demás aledaños que nos sumamos a esta Cooperación internacional.
Para ellos no deja de ser un chollo poder contar con una consulta médica a precios de ganga sin tener que realizar los largos periplos que les supone desplazarse al dispensario más próximo, el de Adjoli, que ya ha quedado especificado la distancia que tienen que recorrer a pie pues son escasísimos los medios de locomoción motorizada de que disponen, a saber, alguna que otra moto, camión o todo terreno que se dejen caer por allí de tarde en tarde y de manera casi imprevisible…¡¡¡¡Como veis, todo un suculento panorama de intercomunicaciones cuasi envidiable para nuestra percepción primermundista!!!

En este largo periplo que teníamos que realizar a pie durante un mínimo de ocho horas se fueron creando pequeños grupos de avance según capacidad andariega de cada quien.
Poco a poco se hizo la selección natural y el grupo de maduritas nos fuimos quedando un poco rezagadas en nuestro caminar tranquilo y más sosegado que el de los intrépidos jóvenes veinteañeros, más dinámicos y acelerados, que nos cogieron una delantera de media hora por lo menos.
Caminamos y caminamos y caminamos durante todo el día a buen ritmo.
Salimos a las diez de la misión, tras terminar nuestras tareas pertinentes de organización en Adjoli- un pelín tarde si queríamos hacer toda la ruta con luz solar pues atardece a las seis de la tarde allá en Camerún.
Pertrechados con buenas botas de senderismo, una riñonera ligera a la cintura y la cantimplora con agua para el camino y ávidos de aventura y de medir nuestras fuerzas, nos lanzamos a nuestra primer gran odisea por los caminos de Bengbis, con alegría en los ojos y en el alma y una espléndida voluntad de lucha y tesón por hacernos con el medio que nos acogía.
Estábamos dispuestos a sentirnos un habitante más del Camerún, salvar las distancias a pie y víveres, los que nos fueran suministrando los compis con el todo terreno que cubriría nuestras espaldas y debilidades, amén de otras encomiendas lógicas que le toca realizar al cooperante rodador de caminos como es el trasladar medicamentos varios, pertrechos de cocina, mochilas varias y demás.
La ruta era de lo más prometedora…con suerte, un calor de justicia aplastante, cuestecillas presumiblemente ligeras, que ya, ya, cómo se las gastaban…por muy plana que nos parezca a nosotros la geografía africana…¡¡Je, Je!
También podíamos cruzarnos con encantadoras filas de la marabunta que más nos valía andar pendientes del suelo que pisábamos si no queríamos sentir maravillosas descargas eléctricas de alta intensidad por entrometernos en su camino…
Y del resto de insectos no teníamos por qué preocuparnos, los gráciles anófeles eran inofensivos hasta la caída de la tarde, las moscas sólo provocaban dengue si te extasiabas demasiado en la contemplación de los ríos o riachuelo que atravesáramos- riesgo leve, habida cuenta que todos refrenábamos nuestros afanes contemplativos en pro de una arribada tempranera a nuestro amado campamento base.

Por lo tanto, pudimos avanzar y avanzar deleitándonos muy a menudo con el aleteo de enormes y brillantísimas mariposas irisadas que coloreaban nuestro alegre paso por la jungla.
Algún pequeño descanso tuvimos que hacer de cinco minutillos para sorprendernos de cómo todos los poblados contaban con una amplísima explanada para que los chavales practicaran fútbol, el gran deporte nacional, y allí es donde descansamos con comodidad alguna vez.
En este periplo es digno de remarcar el protagonismo que adquirió la bota de Kiwi, que no se sabe por qué extraños designios, perdió inesperadamente toda su suela y fue de antología cómo intentamos resolver su problema de andadura con los remedios más increíbles que podais imaginar, hasta que finalmente pudo suplirlas con las botas de repuesto de otra compañera cuando pasó el coche auxiliar porteador de mochilas, tras un par de horas de caminata.
A mí me tenía encantada el sentido del humor que desplegaban mis queridos chicos de destruc, pasaran el desaguisado que pasaran…

Con los jóvenes anduve la primera tirada del camino, yo, toda eufórica, sin síntomas de asma, caminando rápida cual gacela de la sabana hasta que aparecieron las primeras elevaciones del terreno y…mentalmente me asusté y convoqué inconscientemente a todas los asmas de mi pasado expediente bronquial, tan contrito él.
Otro momento cómico lo protagonice junto con otra destru fantástica, la apodada ”doctora Quin” que durante un rato empujó de mis espaldas para alentarme en la subida…
Todo un poema de apoyo mutuo, con aires divertidos y desenfadados.
En la parada breve en la explanada, me dejé romper y me recogieron mis encantadoras chicas maduritas con las que pude continuar al ritmo tranquilo que ellas marcaban por pura evolución natural y prudente.
Allá vimos desaparecer poco a poco el batallón de los jovenzuelos, olvidándonos de sus proezas al son de nuestras conversaciones, confidencias y canciones varias con las que entreteníamos y suavizábamos la larga y dura marcha de aquel día glorioso.


Sobre las dos de la tarde recibimos del anhelado todo terreno y nuestro querido conductor papá Hans un bocadillín minúsculo untado con ligerísima capa de foie-gras y un rellenado de agua fresca para la cantimplora ya casi vacía.
Y ese diminuto bocata fue el único manjar con el que nos deleitamos en la hora de la comida.
Y al rato de adentrarnos en territorio salvaje, es decir, territorio donde ya anidan fieras codiciadas por los turistas pagadores de safaris trepidantes, como hacia las cuatro y media de la tarde, hicimos una pequeña pausa al lado de una choza- vivienda, con sofás de madera y esterillas (nappes en francés) en las sillas rústicas hechas de caña y otros materiales naturales con una calidad artesana magnífica (para lo que se gasta por estas latitudes, como podréis suponer).
Mantuvimos una pequeña charla con el dueño de la vivienda, el padre, que nos contó que eran muy pobres y cómo se ganaba la vida con lo que cazaba en la brous, además de ilustrarnos en sus artes artesanales, las esterillas hechas con hojas de plantas cercanas a ríos que cose con hilo de bambú y tiende al sol para su secado posterior.

Fue entonces, entre las cuatro y cinco de la tarde, cuando apareció por allí el tercer gato, todo misterioso y desconfiado, a la par que sugerente en su aura de misterio, que huyó raudo a refugiarse en las marañas selváticas cuando yo intentaba atrapar sus embrujadores ojos verdes con mi cámara digital, en gesto fallido. Me recordó la leyenda del gato salvaje de Rudyard Kipling…”el que siempre va solo y todos los lugares le dan lo mismo.”( astuto y avieso él como ninguno.) ¡¡Jua, Jua!
Se camufló muy bien entre la foresta y apenas logré que se distinguieran sus fantásticos ojos imantadotes de voluntades en el objetivo de mi cámara ¡Qué impericia la mía, vive Dios!
Allí quedó, bien protegido en su medio natural, burlándose de mi afán de cautivarlo ni tan siquiera en una rápida instantánea; él era más veloz que mi mano y mi ojo, amén de ganar a la velocidad de mi obturador, tecnológicamente avanzadísimo.
Acepté con humildad mi derrota pues ya había llegado yo- tras tantas horas de arduo camino- a una simbiosis mental con la fuerza indescifrable de la naturaleza que me llevaba al respeto más absoluto a sus leyes y designios, por mucho que yo tuviera que humillarme y morder el polvo de los caminos.

Aún tuve fuerzas para soportar un par de horas más de caminata en un andar sin sentir ya las piernas; estas andaban por inercia natural, marcándome a cada paso mi cadera izquierda que ya estaba más rota que rota con un dolor persistente que me hacía aullar internamente (el ambiente tan denodado de esfuerzos de mis congéneres no propiciaba exteriorizaciones banales de ningún tipo) por las molestias padecidas.
No obstante, tuvieron que plantarse conmigo prudentemente las dos jóvenes doctoras Mar y Amaya, que formaban parte de nuestro grupo de talluditas, para que desistiera de andar antes de la caída de la noche, habida cuenta de mi asma y mi problema de desequilibrio vestibular, que en la noche me hace andar con mucha inestabilidad.
Y es que puesta a andar y a soportar, ya una olvida hasta sus límites y se siente capaz de soportar como una jabata hasta batir récords de sufrimientos indecibles.
Subí al todo terreno con nuestro querido, silencioso y pacífico papá Hans y no tuve que sentirme menos capacitada para grandes rutas que los demás pues a la media hora ya iba subiendo el resto de grupo al todo terreno que multiplicaba sus plazas sorprendentemente como en el evangelio de los peces y los panes.

Y allá que subieron todos, hasta los más avezados jovencillos, encabezados por nuestra encantadora Carla, estudiante de psicología, apodada “la supermodelo”- y nunca mejor puesto el mote- pues esta bellísima colaboradora había aguantado el tipo sin descomponer ni un solo átomo de su aspecto impecable en toda la larguísima caminata ¡Ni tan siquiera el sudor pudo con su belleza sublime que parecía de fotograma de cinemascope!
Estos últimos- los jovencillos de marras- casi habían logrado batir la meta pues estaban tan sólo a media hora del campamento base cuando los recogimos, ya anocheciendo y también ellos manifestaron muestras de resistencia a no querer usar el vehículo y coronar por su propio pie la cima.
Pero pudo más la prudencia serena de Papá Hans (que ya había realizado el viajecillo varias veces con la carga y descarga de materiales y sabía de los gigantes charcos que amenazaban por doquier) que les conminó tranquilamente a disfrutar del último tramo montados en nuestro resistente todoterreno, fornido ya en estas lides desde hace ya unos cuantos añitos.
Soportamos empellones de terreno accidentado en coche con no muy buenos amortiguadores, chocábamos con plantas que invadían el camino y entraban por las aberturas de las ventanas, padecimos baches de hondonadas profundas creadas por charcos en la tierra horadada de África, nos golpeábamos unos con otros, además de contra las paredes duras, sucias y llenas de polvo del todoterreno.
Pero nuestra felicidad y satisfacción no se mermaba en absoluto pues nos sentíamos todos fundidos en una misma empresa, imbuidos por el entusiasmo juvenil y emprendedor como sólo puede sacar de nosotros el Proyecto solidario de Z.yL. en el que nos habíamos adentrado.

Y así es como llegamos hacia las siete u ocho de la tarde al final del destino de este intenso día de lunes que aún tenía muchas sorpresitas que desvelarnos.
Nos recibieron con gran alborozo nuestros compañeros voluntarios montadores de tiendas para pernoctar y todo el tinglado de cocina y víveres.
La explanada de acampada prometía, todo liberado de maleza, lisito y llano, las tiendas lucían un aspecto orondo…
Y a pesar de eso, aún nos quedaban algunas aventurillas más que pasar hasta el cierre de jornada.
Una de ellas consistió en conocer la ubicación de nuestra letrina y utilizarla, de paso.
Ya era noche oscura del todo y tuvimos que buscar nuestras linternas estilo minero para seguir a nuestras anfitrionas Elena almeriense y Ciara italianini que se adentraron en la frondosa selva por caminos truculentos y posiblemente peligrosos (a miras de nuestros miedos ancestrales a lo desconocido).
¡Oh! albricias, un termitero espectacular y tremendo nos servirá de referencia en una encrucijada de caminos.
Seguimos unos pocos pasos al frente y: ¡Oh! Deliciosa y grande, hermosota letrina que se abría bajo nuestros pies, a la luz de la linterna, cubierta por una tapa de aluminio oxidada y parapetada por lustrosas hojas de palma que conferían a la susodicha un aspecto de inodoro emparedado y discreto de lo más halagüeño…
Y en detalles de olores no puedo entrar, habida cuenta de la pérdida olfativa que padezco hace años ya. Y por la que me felicitareis todos en circunstancias como esta, claro está…

En fin, hicimos justo y necesarísimo uso de esta comodidad selvática… en orden riguroso de emergencia….-somos muy considerados todos con los esfínteres más delicados de los otros.

Y cuando me tocó el turno a mí, incrementadas las dificultades de miccionar o defecar con mi desequilibrio vestibular nocturno, no pude por menos de romper a chillar, con una cierta contención-,no obstante- hasta aquí llega mi comedimiento y autocontención educada- por miedo a meter la pata dentro del boquete junglil con las consabidas asquerosidades imaginables:-¡¡¡Horror, Horror, Horror!!!- gritaba, despavorida, provocando la lógica reacción hilarante de mis amigas Myriam y Mar, que lanzaban estruendosas carcajadas ante tan singular situación, contagiándome con ellas, también a mí.
De esta manera, liberamos tensiones acumuladas en el día vivido tan intensamente.
Y volvimos al campamento base donde nos quedaba aún pernoctar en las tiendas de acampada.
A Myri, Mar y a la menda nos tocó una tienduki iglú de dos plazas donde nos tuvimos que acopar las tres; andaba un tanto regularcilla o rotilla casi la cremallera del cierre y mis profilácticas (en grado sumo) amigas enfermeras de pro- muy queridas ellas por mí, que conste, consideraron harto urgente rociar la tienda con una buena tanda de insecticida antes de dormir, para evitar picaduras preocupantes.

¿Qué os voy a contar de cuitas mil en esta dichosita primera noche de acampada que no podais imaginar, si os pongo en antecedentes de mi malhadado asma bronquial?
Ahogo y toses ciento el primer rato de esta increíble suite nupcial ménage à trois de las susodichas; espacios para esponjarse, el que tiene en la cuerda floja el funambulista más arredrado, colchoneta para amortiguar el frío y áspero suelo, cual el abrigo del dómine cabra de El Buscón, de Quevedo…
¿Noches toledanas, decís? Esto está por revisar cuando vengan a nuestro campamento camerunés los académicos de la lengua…
Bichos, no nos incordió ninguno….Criaturitas del Señor ¿Cómo iban a osar compartir habitáculo tan lujosamente almidonado y perfumado por mis cautas doncellas gráciles y aplicadas?

En fin, amigos, que estos pormenores y pecatas minutas no aminoraron en absoluto nuestra capacidad de entrega exaltante a la noble Causa onegeística pues al día siguiente, primer y rimbombante día de inicio de Campañas médicas, tras un desayuno reparador a las siete de la madrugada a base de rico café con leche en polvo, infusiones y ricos buñuelos, risas varias compartidas con las versiones humorísticas de dolores y efectos secundarios de poca relevancia que entre todos nos montábamos, allí que nos situábamos, preparados para recibir, todo risueños, energéticos y convencidos de nuestra estupenda labor a la población camerunesa que precisara nuestras atenciones más solícitas.
Y yo, personalmente, deseo remarcar el efecto prodigioso que en mí ejercían a las nueve en punto de la mañana las limpias, puras, cándidas e inocentes miradas que nos dirigían los ojos, de brillo insuperable, expectantes y ávidos, de los niños africanos.
En mí el milagro ya se había operado, me sentía feliz de contactar con ellos y crear vínculos afectivos a tutiplén. ¡Vivan las charlas y juegos de prevención de salud!

Acabaré este relato, pidiéndole prestado sus versos al gran Lope de Vega:

“Esto es amor,
quien lo probó lo sabe”.


Ana-Isabel de Hita.